viernes, 26 de septiembre de 2008

NADIE DICE NADA PORQUE TODO EL MUNDO TIENE MIEDO

A no vender, a no recibir subvención, a moverse y no salir en la foto.
Los creadores tienen miedo de que no les programen, los programadores tienen miedo de que el político le eche la bronca y el político tiene miedo de que público no le vote, y el público tiene miedo de verse enfrentado con su realidad y tener que tomar decisiones.
El teatro tiene un aspecto de ocio y entretenimiento evidente, pero no sólo, también tiene (o debe tener) un aspecto artístico, y como tal, de investigación y de compromiso. El teatro debe encontrar los discursos creativos adecuados a la realidad. Y lo que veo, mayormente, es una acomodación a los gustos que se imponen como mayoritarios. Y digo se imponen. Lo que veo, mayormente, es una producción sumisa a los cánones tradicionales y sujetos a intereses políticos y comerciales.
Nos hemos ido acomodando al ritmo de las subvenciones, que al fin y al cabo no son mas que una trampa. Una silla de ruedas con la que poder moverse, pero que a la larga impide el levantarse. Las subvenciones y las ayudas, en todo caso, deberían ir al público.
El mercado que muchos defienden no existe, y mucho menos el libre mercado. El dinero con el que vivimos la mayoría de los teatreros es dinero público. Y el privado solo mira lo comercial. Pienso que cultura y mercado son términos que no deben viajar siempre juntos.
Lo que veo es un teatro que sirve al ensalzamiento y al culto a la personalidad de algunos personajes famosos televisivos que desembarcan en el teatro cuando no hay series con una voracidad propia de un vikingo.
Lo que veo es una producción pública que dilapida recursos públicos, hace competencia desleal a la producción privada, que no cumple los objetivos para los que dice existe, y que sólo sirve de propaganda. Sin querer cuestionar la existencia de una producción pública, la verdad es que muchas veces, cuando veo alguna de ellas, me pregunto por qué no se dedican a hacer chorizos, o frigoríficos. ¿Qué dirían los chacineros de Salamanca?
Lo que veo son unas programaciones homogéneas en manos de gestores poco o nada profesionales. Aunque he de reconocer que cada vez lo son más también es cierto que sólo un reducido número de ellos goza de una auténtica independencia. Pero aún así se programa lo mismo en casi todos los sitios, con lo que corremos el peligro de perder biodiversidad cultural, algo necesario para la salud de cualquier sociedad.
Lo que veo es una no existencia de política cultural, sustituida por la política del fasto y la inauguración.
La política cultural se ha convertido en propaganda. La cultura debería residir en la sociedad civil, y lo que sucede es que está en manos de los políticos. Los creadores no tenemos posibilidad de establecer una relación directa con el público.

Lo que veo es una escasez de programaciones de teatro contemporáneo. Apenas hay espacios de programación. Los gestores no apuestan por este tipo de teatro. Piensan que el público va a reaccionar negativamente. Esto es completamente falso. Cuando se programan espectáculos de calidad, el público siempre responde. Y evidentemente lo que tiene que haber es siempre una buena información hacia el público.

Las sociedades occidentales recorren la senda del individualismo, de la competencia. Cada vez vivimos como individuos separados, consumidores aislados. No está de moda compartir. También se quiere acabar con el verdadero teatro, sustituyéndolo por un sucedáneo insípido y no peligroso, ni en las formas ni en el contenido. Pero aunque sea una profesión minoritaria, en contra de la tendencia general, no dudo de que siempre habrá personas que defiendan la inteligencia, la innovación, el riesgo, el compromiso, como único camino posible de la creación artística.

Opciones para el espectador

Así contemporáneo se llamaría al teatro que se crea a partir de elementos sensoriales y emocionales, no solamente de naturaleza intelectual, donde el espectador asume un papel activo, y la representación acaba siendo una experiencia para actores y público. No soporto aquellos espectáculos en los que el público no tiene otra opción más que asentir o marcharse. Deberíamos darle la oportunidad y la libertad de interpretar, de relacionar, de asociar, de imaginar, de participar, de manifestarse. Ahí todavía tenemos un gran camino por recorrer. Aunque los tiempos son contrarios a la participación y a la verdadera comunicación, y el modelo de espectador que se promueve es el de televidente, voyeur a salvo en su butaca, al que no salpica nada. El espectador debe cambiar su actitud frente a un espectáculo contemporáneo, y ahí el desarrollo del teatro de calle ha abierto caminos muy interesantes, y que están todavía en sus comienzos.

A grandes rasgos esta es mi visión de lo que debería ser el teatro en nuestros días. Sin embargo, cuando veo, desde la práctica, desde mi experiencia, cuál es el teatro de hoy en día y cuál es la función que cumple en nuestra sociedad, no puedo menos que rebelarme.

La primera impresión o la primera conclusión que saco cuando veo o pienso en el teatro que se hace en estos momentos es que es un teatro que está fuera de la realidad del mundo en que vivimos. Todo lo que sucede en el mundo esta superando lo que hacemos los teatreros. Los grandes problemas y preguntas del siglo XXI no tienen expresión en nuestra cartelera. Nadie o casi nadie habla de temas como la guerra, la superpoblación, la presión migratoria sobre Europa, el terrorismo intercontinental, el monopolio informativo, la globalización de los mercados, de las epidemias, del cambio climático, de la reaparición de los desastres, de la tortura, de la falta de empleo, del reparto desigual de los recursos. Nadie o casi nadie se atreve a tocar estos temas y a asumir un compromiso con la realidad que nos toca vivir, y se justifica con la excusa de los temas universales y de todos los tiempos. Parece que está mal visto eso de hacer pensar, reflexionar y tratar al público como adultos inteligentes.

Mi ideal del Teatro Contemporáneo

Veo que hay cierta confusión en el lenguaje, y sin intención de añadir más, quisiera continuar describiendo cómo me gustaría que fuera el teatro de nuestros días, al que yo llamaría teatro contemporáneo.

Me gustaría que el teatro actual no estuviera sujeto a la literatura dramática. El teatro no es literatura y no sólo es literatura. O sea que es mucho más que literatura. Quisiera que en el teatro de nuestros días la imagen, lo visual, el trabajo con el movimiento, con el cuerpo, la música o espacio sonoro tuvieran la misma relevancia que lo textual. Debería darse una integración en la creación de otras artes, sin que por ello no dejara de alcanzarse una unidad de lenguaje.
Naturalmente el teatro actual debería tratar temas que estuvieran en las preocupaciones y vivencias de la humanidad en este comienzo de milenio.
Sería teatro contemporáneo aquel que utilizara o construyera dramaturgias no necesariamente narrativas. No siempre es necesario contar una historia. Valoro grandemente la capacidad de sugerir que tenga un espectáculo. Y cuántas veces vemos actitudes de rechazo a propuestas interesantes, simplemente porque “no he entendido nada”. Porque quieren entenderlo desde la razón, desde el punto de vista del discurso. Cuando deberían entenderlo desde lugares más cercanos a la intuición, la percepción, a la experiencia, a la vivencia más global.

¿Qué es eso del Teatro Contemporáneo?

¿Qué es eso del teatro contemporáneo?. No hay un verdadero consenso. En muchas ocasiones encuentro programaciones, espectáculos que se auto definen como contemporáneos y que, en mi opinión, no lo son, pues aunque sean actuales están hechos con reglas y estructuras antiguas. Los historiadores, que son muy eficaces a la hora de separarlo todo en cajoncitos, hablan de edad moderna, contemporánea, y hacen empezar esta última en el siglo XVIII. Así sería contemporáneo todo lo que se ha hecho desde el Sí de las Niñas hasta hoy. Por otra parte, desde el punto de vista etimológico parecería que contemporáneo es todo el teatro que se hace en nuestros días. Parece lógico excluir de la definición a aquel teatro que aún haciéndose en nuestros días sigue pautas antiguas.
Personalmente estaría más de acuerdo con una definición de teatro contemporáneo que hace Rocío Solís, que dice que “es aquel que desde la imaginación, parte de un proceso de investigación para construir un trabajo escénico innovador”. Si llegáramos al consenso de dar por buena esta definición, veríamos que muchos espectáculos que se incluyen en ese término o definición quedarían fuera de ella.

Creación colectiva

Tal vez por el empeño que comentaba antes de encontrar una manera personal de hacer teatro, es que todos los proyectos que realizo (excepto un encargo que me hicieron) han sido siempre creaciones propias y colectivas. Esto es algo característico de mi-nuestro trabajo. De tal manera lo es, que no sé si hablar en singular o en plural. En un primer momento de juventud, tenía-mos (lo reconozco) como cierto prejuicio-rechazo hacia lo que suponía el teatro de texto. Lo visual, la imagen, lo físico centraban nuestro interés. Y sobre todo queríamos decir nuestras propias cosas, hablar siempre por nosotros mismos.

En una creación colectiva son los actores junto con el director los que construyen la obra. La responsabilidad primera de la creación está en muchos momentos en el actor. El actor no sólo es actor-intérprete sino que es un actor-creador. Si el teatro es resultado de un trabajo de equipo, en nuestro caso lo es mucho más.
Lamentablemente, en la mayoría de las escuelas no se tiene en cuenta este aspecto de la formación. La relación profesor-estudiante se entiende mayoritariamente como unidireccional. El saber va del maestro al alumno. Las relaciones que se establecen en una creación colectiva entre el director y los actores no tienen nada que ver con eso, por lo que las compañías que trabajamos de otra manera nos vemos con una gran dificultad para encontrar los actores adecuados, que tengan una formación acorde con nuestro modo de trabajar.

En el 93 fundo con unos compañeros/as la compañía ZANGUANGO, con la que he intentado espectáculos siempre comprometidos con la búsqueda de nuevas formas de expresión y comunicación, que no resultaran herméticas, sino que conectasen o puedieran hacerlo con una gran mayoría de público. No hay que olvidar que esto es una profesión de la que tenemos que vivir sin subvenciones significativas. De alguna manera, (aunque afortunadamente cada vez menos) nos hemos visto obligados a hacer espectáculos (ahora se les llama productos) que entraran dentro de los límites que el mercado era capaz de aceptar. La pena es que estos límites no los marca el público, sino la corta visión de algunos-muchos gestores-programadores-políticos.